En los próximos días os hablaremos de la historia del registro sonoro.
La grabación de sonido no llegó hasta finales del siglo XIX. Anteriormente existían cajas musicales, de cuerda, con púas metálicas que pulsaban un huso y reproducían una melodía, pero no una grabación como tal de un concierto, o una voz, a partir de sonido en directo. La música estaba ligada a sus espacios. Aunque con la invención del fonógrafo, todo ello cambió.
Pero antes, echemos un vistazo al antecesor del fonógrafo: el fonoautógrafo. Ideado por Édouard-Léon Scott de Martinville como una aparato que reprodujera el sonido de la voz igual que una cámara reproducía una imagen. Se inspiró en el oído humano construyendo una bocina rematada, en su extremo más estrecho, por una membrana con un pequeño estilete que descansaba sobre un cilindro de hierro recubierto de papel ennegrecido con humo. La membrana, igual que el oído, transmitía la vibración de las ondas sonoras y el estilete marcaba surcos en el papel que después podían reproducirse con una aguja, un diafragma y una bocina. Aunque no tuvo éxito ni en la práctica ni con el público, se considera que la grabación de «Au Clair de la Lune» en 1860 es la primera de la historia.